Poético

tormenta

Muchas veces es solo un impulso. Otras, un fuerte deseo imposible de callar. Aunque la mayoría, es una fuerza incontrolable que nos mueve como muñecos rotos. Hojas movidas por un viento que nace lejos, pero que sopla tan fuerte como si lo hiciera nuestra sombra. Un concierto de Jazz donde los instrumentos no suenan, te golpean. Un sol que no quema, que te deja ciego de todos los sentidos. Desvalido. A merced del destino que, desde ese instante, se apropia de lo acontecido y lo que acontecerá. Todo forma parte de una trama intrínsica donde el protagonista de tu vida has dejado de ser tú, a partir de ahí, el actor principal ya es otra persona. Alguien desconocido, pues no ha sido una elección meditada. Alguien que obtiene más poder que la familia más cercana. La mente se ha nublado de tal forma, que uno aprende a vivir entre nubes de algodones dulces y densos, del color y gusto que la otra persona desee.

Hay quien tiene la habilidad de usar la razón para disiparla, para controlar su fuerza y evitar esa sacudida emocional. Esos insatisfechos que viven la vida solo a medias. Luego, estamos todos los demás. Los que vivimos en una tormenta de rayos que, por mucho que corras, siempre consiguen alcanzarnos. Y lo hacen partiéndote el corazón en dos trozos que con el tiempo nunca vuelven a encajar igual. Este fenómeno, a la par de divertido y doloroso, tiende a causar una adicción creciente que nada consigue silenciar. Nada que no sea rendirse a la evidencia más transcendental. Tu mundo ha pasado a ser el suyo, y el suyo el tuyo. Cuando comprendes esto, suele ser cuando otro rayo ya te ha alcanzado.

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